El feminismo impuso una visión de la igualdad entre hombres y mujeres que no respeta las diferencias naturales entre ambos sexos. Esto ha llevado a la creación de un hombre moderno que renuncia a su esencia masculina y se adapta a los dictados de una ideología que lo desprecia y lo debilita, inmerso en una sociedad que adopta políticas abiertamente anti-hombres.
Sea por diseño, conveniencia o simplemente lo dañino de implementar una ideología nunca antes probada, el feminismo decreto que ambos géneros debían ser iguales, no solo en el aspecto de sus derechos, sino en todos sus aspectos.
Esto resultó en una desconexión intergeneracional respecto de lo que significaba ser hombre y mujer, una ruptura en la cadena de información entre padres e hijos, que confundió a niños en su etapa más vulnerable, llegando a adoptar un estándar de hombres feminizados y mujeres masculinizadas. Pero todo ello, no es suficiente para escapar a la naturaleza.
El hombre moderno es aquel que ha asumido los valores del feminismo sin cuestionarlos ni comprenderlos. Como consecuencia ha perdido su atractivo para las mujeres, que buscan en vano un compañero que las proteja, las guíe y las haga sentir femeninas. También ha perdido su sentido de propósito, su confianza y su ambición. Se ha dejado influir por los discursos políticamente correctos y las modas sociales, y ha renunciado a su identidad y su poder como hombre volviéndolo débil, pasivo, dependiente, inseguro y conformista. El hombre moderno ya no sabe lo que quiere ni cómo conseguirlo, y que se conforma con seguir la corriente y complacer a los demás.
El hombre moderno no es atractivo para las mujeres, ni tampoco para sí mismo. Ha perdido el contacto con su energía masculina, esa fuerza vital que le impulsa a crear, a competir, a explorar, a liderar, a proteger y a seducir. Ha reprimido su lado oscuro, ese aspecto de su personalidad que le da carisma, misterio, pasión y desafío. Ha olvidado su propósito, esa misión que le da sentido y dirección a su vida.
Debés luchar por convertirte en un hombre tradicional, que por el contrario, es aquel que asume su rol de líder, de proveedor y de protector. Es aquel que respeta su naturaleza masculina y la expresa con orgullo y sin complejos. Es aquel que sabe lo que quiere y lucha por conseguirlo. Es aquel que no se deja manipular por las modas ni por las presiones sociales. Una persona que escucha el llamado del deber y lo cumple, sin poner excusas, sin importar sus ganas, preferencias o sentimientos. Un hombre tradicional hace lo que hay que hacer.
Ser un hombre tradicional significa abrazar tu lado oscuro, incluyendo las tendencias solitarias, egoístas y violentas. Entender que la virtud masculina implica encauzar su fuerza y peligrosidad para el bien de la sociedad. No es un tipo con el que se puede ridiculizar, desdeñar o agredir, ya que es capaz de defenderse y someter a su agresor. Jordan Peterson indica al respecto que no existe virtud alguna en ser débil e indefenso, la virtud se encuentra en ser peligrosamente fuerte y estar en control de tu persona y tus acciones.
El hombre tradicional es el que enamora a las mujeres, el que inspira respeto y admiración, el que deja huella en el mundo. El hombre tradicional es el que vive con pasión, con honor y con valor.
El hombre moderno necesita recuperar su masculinidad tradicional, para poder vivir una vida plena, o continuar sometido en a la dictadura de la corrección política y la presión social que lo vuelve esclavo, decretando que todo lo que hace a su interés propio debe ser llamado masculinidad toxica.
Ser un hombre tradicional es una elección personal y consciente. No es algo que te impongan ni te regalen. Es algo que te ganas con tu esfuerzo y tu compromiso. Es algo que te hace feliz y te hace crecer. Es algo que te hace ser un mejor hombre.
No seas un hombre moderno. Sé un hombre tradicional.
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